
Yo
me llamo Ángela Laureana Pozzi, pero usted ponga ‘La Negra Pozzi’
porque aquí todo el mundo me conoce así, ya que no creo que muchos
sepan mi verdadero nombre.
Nací
en Carmen de Patagones el 4 de julio del año 1907 simplemente porque
era el pueblo más cercano al campo ‘Las Cruces’, cerca del paraje
‘La Querencia’, donde vivían mis padres y porque aquí había una
‘partera’ a la que mi madre le tenía mucha confianza.
Papá,
que se llamaba José Ángel Pozzi, vino de Italia siendo él muy joven
junto a su familia, que por ser agricultores en su patria enseguida
de haber llegado a estos pagos se pusieron a trabajar la tierra ‘de
sol a sol’. ¡Ese sacrificio poco a poco los fue haciendo progresar!
Mi
padre, al hacerse hombre se independizó y comenzó alquilando campos
en la zona y haciéndolos producir a puro pulmón, lo que pronto le
permitió ser propietario de uno de ellos en las proximidades del
Paraje ‘La Querencia’ y donde se instalaría poco más tarde la
‘Posta’, donde paraba para cambiar caballos y continuar viaje
enseguida la ‘Galera de Mora’, que traía los pasajeros que venían de
Bahía Blanca y los que desde Patagones se dirigían a Stroeder y más
al norte.
El
conoció a una muchacha española, llegada desde Andalucía con sus
padres, llamada Isabel Asejo, que vivía en Patagones. Se casaron y
formaron una linda familia con sus ocho hijos, o sea yo y mis siete
hermanos. Algunos de ellos nacieron en el pueblo, atendidos por
aquella ‘madama’ que ayudó mi nacimiento, y otros nacieron
directamente en nuestro campo, con el aporte de alguna vecina
‘práctica’ que le dio una mano a mi vieja en la parición.
Mis
hermanos se llamaron Juan Manuel, Albino, José Luis, María Rosa,
Inocencia y Albina. Hoy todos están muertos, sólo quedo yo para
recordar aquellos tiempos".
•
Un gran atracón con dolor de panza: La llegada de las ‘chatas altas’
de Pozzo Ardizzi, que llevaban mercaderías a los campos y a los
pueblos ‘de la línea’ y que también hacían noche en ‘Las Cruces’,
era toda una fiesta para nosotros. Especialmente para mi hermano
Juan y para mí, que éramos los ‘mas traviesos’ de todos. Juan
entretenía a los conductores de las chatas y yo, mientras tanto, me
les mandaba ‘por atrás’ de las chatas para ver qué ‘tesoro’ podía
encontrar.
Aquella
vez que yo andaba por siete u ocho años, me encontré que llevaban
unas latas de muy lindos colores. Como yo no sabía leer para
entender su contenido, ¡me robé una! Cuando la abrimos con mi
hermano Juan y probamos esa especie de dulce colorado, empezamos a
hacer arcadas. Ese producto resultó ser ‘salsa de tomate’. Para
desprenderme de la prueba del delito, fui corriendo más allá del
corral y enterré la lata. ¡Nadie se enteró jamás de mi travesura!
Otro
de los visitantes muy esperados por mis hermanos y por mí era el
señor Maximino Gambino, de Bahía Blanca abuelo o padre de los
actuales dueños de un conocido comercio bahiense. El venía a nuestra
casa en su moderno Ford ‘T’ y lo dejaba estacionado allí, mientras
mi papá lo llevaba en su sulky a recorrer los campos de la zona para
que Gambino comprara hacienda a los ganaderos con los que
previamente mi padre había conversado.
Don
Maximino nos traía cajas enteras de chocolatines y varias veces para
evitar ‘la repartija’, con mi hermano Juan le robábamos alguna caja
y eso siempre terminaba igual: ¡un gran atracón con dolor de panza!
•
En 1919, llegamos a Carmen de Patagones: Mi padre quería que sus
hijos tuviéramos otras oportunidades de vida y pensó que ello lo
conseguiríamos viviendo en el pueblo. Fue así, que en el año 1919
hizo construir una casa en la esquina de Villegas y Avellaneda en
Carmen de Patagones y trajo a toda su familia para acá.
La
primera medida que tomó fue mandarnos a la escuela para que
aprendiéramos a leer y escribir. Junto a mis hermanos María Rosa y
Juan, empezamos a ir a la Nº 2, que por entonces estaba allá abajo,
junto al río. Como mis hermanos varones tenían que seguir yendo a
nuestro campo para ayudarle a papá y las mujeres teníamos que
colaborar con mi mamá en los trabajos de la casa, sólo podíamos ir a
la escuela día por medio. ¡Pero cómo poco nos gustaba y éramos
demasiado grandotes para compartir con los más chiquitos del
colegio. ¡Pronto no fuimos más!
En
la necesidad de saber algún oficio para el futuro, me dediqué al
‘bordado de ropa’ y a poner inyecciones. ¡Todo lo aprendí yo solita!
De esa manera, con apenas doce o trece años, me perfeccioné en
bordar para afuera, lo que enseguida me trajo buena clientela y
mucho trabajo y al mismo tiempo a colocar inyecciones y a cuidar
enfermos de la familia y de la vecindad.
Me
empezaron a llamar para colocar inyecciones de todas partes del
pueblo, especialmente a la gente pobre de los barrios y a quienes
les fui enseñando a poner ellos las inyecciones, para que salieran
de apuros en cualquier momento eso hizo que las familias me
quisieran y respetaran mucho. Desde entonces y hasta ahora, pasé a
ser simplemente la ‘Negra’ Pozzi.
Yo
seguía haciendo esos trabajos y mucho tiempo después, cuando corría
el año 1950, vino a verme la señora Sara Abatte de León, que era la
presidenta de la Comisión que regenteaba el ‘Comedor Escolar’ que
funcionaba donde ahora está la Escuela 501 y me contrató como
cocinera del comedor.
Allí
estuve durante 8 años y le dábamos de comer hasta 70 chicos y además
me tocaba hacer la comida para otro comedor que funcionaba por ‘allá
arriba’ y que todos los días, uno de los muchachos de Pozzo Ardizzi
que trabajaba en la Municipalidad retiraba esos alimentos y los
llevaba hasta allá.
Nunca
me tuvieron que llamar la atención las mujeres de la comisión, entre
ellas ‘Pitita’ Aguirre las hermanas Borasi las señora Pietrafacce y
Echeñique que me conocían desde que era una piba y que me querían
mucho, ¡nunca tuvieron que llamarme la atención!."
•
¿Y si aparecía algún enfermo?: Cuando dejé de ser la cocinera del
Comedor Escolar, continué con mis bordados para afuera y me hice
‘Enfermera Particular’ y me convertí para la gente en la ‘Negra’
Pozzi: ‘La enfermera’.
Tengo
mil recuerdos lindos y feos de esta noble profesión y trabajé
siempre hasta cumplir los ’90, desde entonces sólo pongo inyecciones
a algunos clientes de siempre, quienes saben decirme:
-"¿Quién nos va a ‘pinchar’ cuando vos te mueras?"
Los
médicos de antes de Patagones, por ejemplo los doctores Koltik,
Escudero, Luisito Gutvay, me tenían una confianza enorme y me
mandaban a sus pacientes para que yo los inyectara, incluso García
Díaz, se acuerda de mí, ¡ellos sabían muy bien, lo responsable que
era yo! Y además de responsable, siempre fui muy ‘limpita’ y en
cuanto a esto último, recuerdo lo que me pasó una vez con el doctor
Gutvay, que como todos saben le dada principal importancia a la
limpieza. El vino a visitarme para indicarme como inyectar a unos de
sus pacientes y antes de sentarse, le pasó su mano por la silla como
para sacarle la tierra o el polvillo que pudiera tener acumulado en
el asiento, entonces yo le dije:
-"No hace falta que le pase la mano doctor ¡yo soy más loca que
usted para la limpieza!"
Mientras
fui ‘enfermera particular’ nunca quise salir de noche de mi casa,
por eso no iba a cenas ni a fiestas por muchas invitaciones que
recibiera.
¡Cómo
iba a andar saliendo! ¿Y si aparecía algún enfermo?"
•
El amor, mis amigas y la vida: La vida no me dio hijos aunque estuve
casada dos veces, pero me dió en cambio muchas sobrinos, sobrinos
nietos y una cantidad enorme de amigos. A mis 19 años me casé con
Leandro Hernández, de los Hernández de aquí, que era mozo de
profesión y en segundas nupcias me uní en matrimonio con Pedro
Armendáriz, un español de Bahía Blanca. Era un experimentado
‘esquilador’ que recorría gran parte de la Patagonia con su oficio
llegaba esquilando hasta San Julián.
Pedro,
murió a los 94 años de edad y cuando vivíamos en la casa de Luis
Testore en la calle Suipacha Nº 338, de este Carmen de Patagones que
tanto quiero.
Mi
hermana Albina y yo, al quedar viudas y para acompañarnos
mutuamente, nos vinimos a vivir juntas a esta casa (calle Barbieri)
pero el destino, hace dos años se llevó a mi hermanita. Y aquí estoy
ahora, viviendo sola, pero ¡ojo! atendida especialmente por mi
sobrina Elba, que me visita todos los días, para cubrirme por si
necesito algo. ¡Ahh!, y tengo varias amigas de fierro, entre ellas:
Irma Belloso, ‘Pichona’ Bruno, Julia García, que vienen por la tarde
a visitarme ¡y nos mandamos unas partidas de naipe grandiosas de
‘escoba-chorizo de 15’ ¡Estoy contenta ya que la vida, se portó
siempre muy bien conmigo!"
•
Mi reportaje al “puede ser”: No pude dejar de mirarla mientras ella
me contaba su vida. ¿Puede ser que esa mujer tenga ’95 años? ¿Puede
ser que mantenga tanta frescura en su sonrisa y en su manera de
hablar?
Aprisioné
con fervor los ‘garabatos’ que dibujé en las veintisiete hojas de
papel blanco, recopilando las anécdotas y los detalles de su vida
que ella me fue contando a lo largo de casi una hora y media de
conversación y pensé:
-"¡Qué suerte enorme tiene este periodista de tener el privilegio de
escuchar en directo lo que esa mujer guardó en su corazón a lo largo
de sus esplendorosos y juveniles noventa y cinco años de
existencia!".
Me
retiré de su casa, haciéndome la idea que tenía la obligación de
destacar, uno a uno, los fundamentos de vivir de una mujer que nació
en el campo ‘Las Cruces’ muy cerca del paraje ‘La Querencia’, a más
de diez leguas de Carmen de Patagones y en la ruta a’ y de’ Bahía
Blanca a pura tierra y bordeada de montes todavía a pleno en ese
campo, donde paraba ‘La Galera de Mora’ a cambiar caballos y donde
también hacían su descanso los ‘Coches de la Línea’ con sus
pasajeros y encomiendas a cuesta y me llevaba también la obligación
de no dejar de contar sus vivencias de ochenta y tres años vividos
intensamente en Carmen de Patagones.
Y
aquí estoy, terminando de escribir este reportaje que realmente me
resultó apasionante. Aquí estoy, estampando el punto final a esta
nota, que tuvo como protagonista exclusiva a doña Ángela Laureana,
la ‘Negra’ Pozzi, la que hace 80 años que pone inyecciones en Carmen
de Patagones.
Fuente: Víctor J. Carlovich - Noticias de la Costa www.latapa.es.vg
- http://ar.geocities.com/latapaweb/noticias005.html
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